A. HECHOS 21:4:
En
Hechos 21 :4, leemos de los discípulos de Tiro: (Ellos, por medio del Espíritu,
exhortaron a Pablo a que no subiera a Jerusalén). Esto parece ser una profecía
dirigida a Pablo, ¡pero Pablo la desobedeció! Él nunca hubiera hecho esto si
esta profecía contuviera las propias palabras de Dios y tuviera igual autoridad
que las Escrituras.
B. HECHOS 21:10-11:
Entonces
en Hechos 21: 10-11, Agabo profetizó que los judíos de Jerusalén atarían a
Pablo y 10 entregarían «a manos de los gentiles», una predicción que estuvo
cercana a ser correcta pero no del todo: los romanos, no los judíos,
encadenaron a Pablo (v. 33; también 22: 29),' y los judíos, en lugar de
entregarlo voluntariamente, trataron de matarlo y hubo que rescatarlo a la
fuerza (v. 32):
La
predicción no estuvo muy equivocada, pero tenía inexactitudes de detalle que
habrían cuestionado la validez de cualquier profeta del Antiguo Testamento. Por
otro lado, este texto podría explicarse perfectamente suponiendo que Agabo
había tenido una visión de Pablo como prisionero de los romanos en Jerusalén,
rodeado de una colérica turba de judíos.
Su
propia interpretación de esa «visión» o (revelación) del Espíritu Santo habría
sido que los judíos habían atado y entregado a Pablo a los romanos, y eso es lo
que Agabo habría (algo erróneamente) profetizado.
Esto
es exactamente el tipo de profecía fallida que se adecuaría a la definición de
profecía de las congregaciones del Nuevo Testamento propuesta arriba comunica
en nuestras propias palabras algo que Dios nos ha traído espontáneamente a la
mente.
Una
objeción a este punto de vista es decir que la profecía de Agabo de hecho se
cumplió y que aun Pablo lo reporta en Hechos 28: 17: «Me arrestaron en
Jerusalén y me entregaron a los romanos».'
Pero
el propio versículo no apoyaría esa interpretación. El texto griego de Hechos
28: 17 se refiere explícitamente a que Pablo fue sacado de Jerusalén como
prisionero'
Por lo
tanto la declaración de Pablo describe su transferencia fuera del sistema
judicial judío (los judíos buscaban traerlo de nuevo para que compareciera ante
el Sanedrín en Hch 23: 15, 20) Y dentro del sistema judicial romano en Cesarea
(Hch 23;23-35).
Por
consiguiente Pablo dice correctamente en Hechos 28:18 que los mismos romanos en
cuyas manos lo habían entregado como prisionero (v. 17) fueron aquellos que
(Gr. hoitines, v. 18) «me interrogaron y quisieron soltarme por no ser yo
culpable de ningún delito que mereciera la muerte» (Hch 28: 18; 23 : 29;
también 25: 11,18-19; 26: 31-32). Entonces Pablo añade que cuando los judíos se
opusieron él se vio obligado «a apelar al emperador» (Hch 28:19; cf. 25:11).
Toda
esta narración de Hechos 28:17-19 se refiere a la transferencia de Pablo de
Jerusalén a Cesarea de Hechos 23: 12-35, Y explica a los judíos de Roma porqué
Pablo está bajo custodia romana. La narración no se refiere en absoluto a
Hechos 21: 27-36 y la escena de la turba cerca del templo de Jerusalén. Así que
esta objeción no es convincente.
El
versículo no apunta a ninguna de las dos caras de la profecía de Agabo; no
menciona que los judíos ataron a Pablo, ni tampoco que lo entregaron a los
romanos.
De
hecho, este se refiere a la escena de (Hch 23: 12-35); una vez más habían
acabado de arrebatar a Pablo por la fuerza de manos de los judíos (Hch 23: 10)
y, muy ajenos de buscar entregarlo a los romanos, éstos esperaban matarlo en
una emboscada (Hch 23: 13-15).
Otra
objeción a mi interpretación de Hechos 21: 10-11 es decir que los judíos no
tenían realmente que atar a Pablo y entregarlo en manos de los gentiles para
que la profecía de Agabo fuera cierta, porque los judíos eran responsables de
estas actividades aun si no las hubieran llevado a cabo.
Robert
Thomas dice: «Es algo común hablar de la parte o partes responsables de
ejecutar un acto aunque él o ellos puede que no hayan sido los agentes
inmediatos»: Thomas cita ejemplos similares de Hechos 2: 23 (cuando Pedro dice
que los judíos crucificaron a Cristo, aunque en realidad lo hicieron los
romanos) y Juan 19:1 (Donde leemos que Pilato azotó a Jesús (RVR), cuando sin
duda sus soldados llevaron a cabo la acción). Thomas concluye que en
consecuencia: «Los judíos fueron los que encadenaron a Pablo exactamente como
Agabo predijo».
En
respuesta, estoy de acuerdo en que la Biblia puede decir que alguien hace algo
aunque el que ejecuta el acto es el agente de esa persona. Pero en cada caso la
persona que se dice comete el acto desea que el acto se cometa y da las órdenes
para que otros lo hagan. Pilato ordenó a sus soldados azotar a Jesús.
Los
judíos demandaron enérgicamente que los romanos crucificaran a Cristo. Por
contraste, en la situación de la captura de Pablo en Jerusalén, no hay tal
paralelo. Los judíos no ordenaron que Jesús fuera encadenado pero los romanos
lo hicieron: «El comandante se abrió paso, lo arrestó y ordenó que lo sujetaran
con dos cadenas (Hch 21: 33). Y de hecho la forma paralela del discurso se
halla aquí, porque, aunque el comandante ordenó encadenar a Pablo, más adelante
leemos que «al darse cuenta que Pablo era ciudadano romano, el comandante mismo
se asustó de haberlo encadenado» (Hch 22: 29).
Así
que este relato si habla de la atadura como realizada por ambos, ya sea por el
agente responsable o por la gente que la llevó a cabo, pero en los dos casos se
trata de romanos, no de judíos. En resumen, esta objeción dice que los judíos
encadenaron a Pablo. Pero Hechos dice dos veces que los romanos lo encadenaron.
Esta objeción dice que los judíos entregaron a Pablo a los gentiles.
Pero
Hechos dice que rehusaron violentamente entregarlo, de manera que tuvo que ser
tomado por la fuerza. La objeción no se ajusta a las palabras del texto.
NOTA: En ambos versículos Lucas utiliza el mismo
verbo griego (deo) que Agabo había utilizado para predecir que los judíos atarían
a Pablo.
EI verbo que Agabo utilizó (paradidomi), «entregar,
traspasan» tiene el sentido de entregar voluntariamente, consciente,
deliberadamente, o traspasar algo a otro. Este es el sentido que tiene en las
otras 119 instancias de la palabra en el Nuevo Testamento. Pero este sentido no
es cierto con respecto al tratamiento de Pablo por los judíos: ¡ellos no
entregaron voluntariamente a Pablo a los romanos!
La traducción de la NVI: «Me arrestaron en
Jerusalén y me entregaron a los Romanos», escamotea por completo la idea
(requerida por el texto griego) de que lo entregaron fuera de (ex)Jerusalén, y
elimina la idea de que lo entregaron como prisionero (gr. desmios), añadiendo
en su lugar la idea de que lo arrestaron en Jerusalén, un acontecimiento que no
se menciona en el texto griego de este versículo.
C. 1ª TESALONICENSES 5: 9-21:
Pablo
dice a los tesalonicenses: «No desprecien las profecías, sométanlo todo a
prueba, aférrense a lo bueno» (1 Ts 5:20-21). Si los tesalonicenses hubieran
pensado que la profecía se equiparaba a la Palabra de Dios en autoridad, nunca
habría tenido que decir a los tesalonicenses que no la despreciaran.
Ellos
«recibieron» y «aceptaron» la Palabra de Dios «con la alegría que infunde el
Espíritu Santo» (1ª Ts 1: 6; 2: 13; 4: 15). Pero cuando Pablo les dice que lo
sometan «todo a prueba» ello debe incluir por lo menos las profecías que
menciona en la frase previa. Pablo implica que las profecías contienen algunas
cosas buenas y algunas cosas que no son buenas cuando los anima a aferrarse «a
lo bueno». Esto es algo que nunca pudo haberse dicho de las palabras de un
profeta del Antiguo Testamento, o de las autorizadas enseñanzas de un apóstol
del Nuevo Testamento.
D. 1 CORINTIOS 14:29-38:
Más
amplias pruebas de las profecías del Nuevo Testamento se hallan en 1ª Corintios
14. Cuando Pablo dice: «Asimismo, los profetas hablen dos o tres, y los demás
juzguen (1ª Co 14: 29), sugiere que deben escuchar atentamente y entresacar lo
bueno de lo malo, aceptando un poco y rechazando el resto (porque esto es lo
que implica la palabra griega diakrino, que aquí se traduce «y los demás
juzguen»).
No
podemos imaginar que un profeta del Antiguo Testamento como Isaías hubiera
dicho: «Entresaquen lo bueno de lo malo, lo que han aceptado de lo que no deben
aceptar!» Si la profecía tiene autoridad divina absoluta, sería pecado hacer
esto. Pero aquí Pablo ordena que se haga, lo que sugiere que la profecía del
Nuevo Testamento no tiene la autoridad de las verdaderas palabras de Dios.
En 1
Corintios 14:30, Pablo permite que un profeta interrumpa a otro: «Si alguien
que está sentado recibe una revelación, el que esté hablando ceda la palabra.
Así
todos pueden profetizar por turno». Otra vez, si los profetas hubieran estado
proclamando las verdaderas palabras de Dios, de valor igual que la Escritura,
se hace dificil imaginar que Pablo haya dicho que deben ser interrumpidos sin
permitírseles terminar su mensaje. Pero eso es lo que ordena.
Pablo
sugiere que nadie en Corinto, una iglesia que tenía mucha profecía, podía
expresar verdaderas palabras de Dios. En 1ª Corintios 14: 36, dice: «¿Acaso la
palabra de Dios procedió de ustedes? ¿O son ustedes los únicos que la han
recibido?
Entonces,
en los versículos 37 y 38, proclama que tiene una autoridad mucho mayor que cualquier
profeta de Corinto: «Si alguno se cree profeta o espiritual, reconozca que esto
que les escribo es mandato del Señor. Si no lo reconoce, tampoco él será
reconocido».
Todos
estos pasajes indican que la popular idea que los profetas hablaban «las palabras
del Señor» cuando los apóstoles no estaban presentes en las iglesias de los
primeros tiempos es simplemente incorrecta.
NOTA: Vea
abajo, sobre la cuestión de la frase introductoria de Agabo: «Así dice el
Espíritu Santo».
Las instrucciones de Pablo son diferentes a las del
documento cristiano temprano conocido como la Didache, que le dice a las
personas, «no prueben ni examinen a ningún profeta que habla en un espíritu (o:
en el Espíritu) (capítulo 11). Pero la Didache dice varias cosas que son contrarias
a la doctrina del Nuevo Testamento (vea W. Grudem, The Gift of Prophecy in the
New Testament and Today).
E. PREPARATIVOS APOSTÓLICOS
PARA LA AUSENCIA DE ÉSTOS:
Además
de los versículos que hemos considerado hasta ahora, otro tipo de evidencia
sugiere que los profetas de las congregaciones del Nuevo Testamento hablaban
con menos autoridad que los apóstoles del Nuevo Testamento o las Escrituras: el
problema de los herederos de los apóstoles se resuelve no instando a los
cristianos a escuchar a los profetas (aun cuando había profetas a su alrededor)
sino apuntando a las Escrituras.
Así
que Pablo, al final de su vida, hace énfasis en usar «bien la palabra de
verdad» (2ª Ti 2:1 5), y «toda Escritura» inspirada por Dios, «útil para
enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia» (2ª Ti 3:
16). A Judas urge a sus lectores a seguir «luchando vigorosamente por la fe
encomendada una vez por todas a los santos» Judas 3).
Pedro,
al final de su vida, anima a sus lectores a «prestar atención» a la Escritura,
que es «como una lámpara que brilla en un lugar oscuro» (2ª P 1: 19-20), y les
recuerda las enseñanzas del apóstol Pablo «en todas sus epístolas» (2ª P 3:
16). En ningún lugar leemos exhortaciones a «escuchar a los profetas en sus
iglesias» o a «obedecer las palabras del Señor dadas por sus profetas», etc.
Pero
ciertamente hubo profetas que profetizaban en muchas congregaciones locales
tras la muerte de los apóstoles. Parece que no tenían la misma autoridad que
los apóstoles, y los autores de la Escritura lo sabían. La conclusión es que
las profecías de hoy tampoco son «palabra de Dios».